Diseñar para envejecer
Quizás hoy me haya pasado de reflexiva. Todo empezó con un bastón y ha acabado en una oda a la vida.
Cuando pensamos en diseño, nuestro pensamiento tiene sesgo. Yo, por ejemplo, pienso inmediatamente en un sofá, en una silla, en una taza o en una alfombra. Tú, a lo mejor, piensas en un iPhone, en un coche, en una cocina, una lámpara o un jarrón. Lo que casi nadie imagina de primeras es un pomo de puerta, una olla, una papelera urbana o un interruptor. Y, sin embargo, todas esas cosas están diseñadas.
No brillan en Pinterest (bueno, los interruptores de latón, sí 😅), sus diseñadores no suelen estar entre los 100AD, y aun así tienen el mismo (o más) mérito que quien diseña otra silla más. Porque el diseño no es solo lo que nos entra por los ojos: también es lo que funciona, lo que facilita, lo que acompaña.

Y ahí es donde aparece otro sesgo, igual de poderoso: el generacional. Porque si hay objetos que no solemos ver como diseño, también hay cuerpos que no solemos tener en cuenta cuando se diseña. Me refiero, sobre todo, a las personas mayores. Antes también sucedía con los niños, pero ahora ya empiezan a aparecer marcas que piensan en ellos (si tenéis hijos y os gusta el diseño, os recomiendo una visita a Your Living Space). Esos cuerpos que se agachan con dificultad o que se mueven sin parar. Esos cuerpos que no encajan en la medida estándar del confort adulto.
Y no, no lo digo solo por qué cada vez que veo un sofá Togo pienso que está diseñado para alguien que no tiene ciática, ni hernia, ni ningún tipo de dolencia lumbar. Literalmente es complicado levantarse de él: el asiento está a 38 cm del suelo y, al ser de espuma, te hundes un poco más con solo sentarte. Bonito, sí. Pero solo apto para gente con mejores abdominales que los míos. 😂

Diseñar sin dejar a nadie fuera
Pues eso, el diseño para mayores suele quedarse en el rincón de “cosas útiles pero feas”. (Salvando las distancias, hay marcas que están dándole una vuelta a esto, como la catalana Vergés). Como si en la vejez solo mereciéramos lo funcional. Como si el deseo, el placer y la belleza tuvieran fecha de caducidad.
Y aquí es donde entra Dieter Rams. Ese señor que, desde que vi su documental, solo puedo imaginármelo podando bonsáis en su espléndido jardín. O caminando por el campus de Vitra Schaudepot mientras señala sillas y se queja de su diseño. (FAN ABSOLUTA, tenéis que ver el vídeo).
Pero hay un detalle que suele pasar desapercibido en esa imagen: el bastón.
Un bastón que no es cualquier bastón. Es una pieza diseñada en 1958 por Nanna Ditzel. Un objeto bello, funcional, con una empuñadura en forma de anillo para poder colgarlo del brazo. Laminado en madera, reproducido en diferentes tipos y rescatado gracias a una exposición que le hicieron a la diseñadora en Dinamarca.
Ese bastón fue un regalo de Nanna a Dieter en 1977. Él no lo usó hasta después de una operación de rodilla, pero desde entonces lo ha integrado a su silueta como parte de su identidad —igual que sus gafas redondas.



Y ahora pensad en esto: ¿cuántas veces habéis oído hablar del bastón de Rams? ¿Y cuántas veces habéis leído algo sobre la mujer que lo diseñó?
Exacto, 0.
Hoy os vengo a hablar de belleza y vejez. O mejor dicho, de una diseñadora que supo combinar ambas con una inteligencia y sensibilidad que todavía no se le ha reconocido del todo: Nanna Ditzel.
Nanna Ditzel fue una de las figuras más relevantes —y menos reconocidas— del diseño danés de posguerra. Ebanista, diseñadora, madre de tres hijas, empresaria, pionera. Una mujer que trabajó primero en pareja (con su marido Jørgen, hasta la muerte de este en 1961) y luego sola, sin parar ni un segundo.
La diseñadora que criaba, exponía y tejía (su y nuestro) futuro
Nació en Copenhague, se formó como ebanista con Kaare Klint en la Real Academia de Bellas Artes y, ya siendo estudiante, expuso en el prestigioso Gremio de Ebanistas. En 1946, año de su graduación, abrió un estudio junto a su pareja, que también era tapicero. Lo suyo fue una colaboración real, doméstica y profesional. Diseñaban juntos, criaban juntos. Eran una pareja moderna en un mundo de hombres con esposas invisibles.
Y cuando Jørgen murió, Nanna no solo no desapareció, sino que se multiplicó: con tres niñas pequeñas a su cargo, siguió exponiendo en Londres, Viena, Berlín, Nueva York. Ganó concursos de joyería mientras daba el pecho. Diseñó sillas, textiles, juguetes, espacios para jugar, muebles para niños, bastones, tronas, taburetes y objetos para vivir y espacios para jugar.
¿La silla colgante de mimbre que aparece en todas las revistas de moda y estilo desde los años 60? Esa es la Hanging Egg Chair de Nanna. ¿El tejido Hallingdal de Kvadrat, ese caballo de batalla de la tapicería nórdica? Nanna otra vez. ¿Una trona preciosa de madera con correas de cuero y reposapiés ajustable? La ND54 High Chair, también de Nanna. ¡Y sí, aún se produce por Carl Hansen & Søn! ¿El taburete Trisse con forma de seta pensado para niños, pero que te puedes llevar al salón sin que desentone? Obvio: Ditzel. Incluso editoras españolas han sucumbido a los diseños de Nanna, Kettal, una marca iconica de mobiliario de exterior, desde 2014 edita la Basket Club Chair de Nanna.
En 1968 se volvió a casar y se mudó a Londres, donde abrió el showroom Interspace. Allí no solo vendía sus diseños, también montaba fiestas, reuniones, debates con Verner Panton y Terence Conran. Un espacio híbrido, pionero, donde el diseño convivía con la vida y la vida era parte del diseño.
En Dinamarca se la conoce como “la Gran Dama del diseño”, pero fuera no ha gozado del mismo reconocimiento internacional que Jacobsen, Wegner o Juhl. Porque Nanna no encajaba del todo en la narrativa del diseño danés de mediados de siglo. Mientras sus contemporáneos ocupaban portadas, ella sostenía la arquitectura emocional de lo cotidiano.
Valoraba la funcionalidad, sí. Pero también el color, la curva, el juego, la fibra de vidrio, la libertad formal, la ironía. Sus piezas no solo eran bonitas, también estaban pensadas para vivir, para crecer con los cuerpos y las edades. Muebles que se adaptaban. Que no te humillaban si aún no alcanzabas la mesa. Y además, diseñaba desde una ética radical: la del cuidado.
Desde su experiencia como madre, diseñó muebles para niños que no trataban a estos como ciudadanos de segunda. Desde su experiencia como mujer, diseñó joyas pequeñas, pero que te hacían poderosa. Desde su experiencia como ser humano, diseñó bastones que eran tan dignos como cualquier silla.
Ella misma lo decía:
“Cuando empecé, y era joven, no tenía libertad de pensamiento. Me creía lo que me decían. Pero el diseño es mucho más que funcionalidad. La sociedad exige una expresión”.
En los años 60, mientras otros soñaban con el futuro como una cápsula blanca, ella lo imaginaba como un espacio híbrido, donde trabajo, ocio, juego y hospitalidad pudieran coexistir con la calidez de un salón. Nanna valoraba la calidad y la humanidad como el que más, pero también miraba hacia el futuro. Abrazó el color, los materiales nuevos, la forma lúdica. Superó los límites constantemente.
Nanna entendía algo que todavía nos cuesta aceptar: que la edad no es una limitación, sino una dimensión del diseño. Y que no hay nada más político —ni más bonito— que un objeto que respeta a quien lo usa.
Contra el edadismo del buen gusto
Crecer, envejecer, criar, cansarse… también merece diseño. Nanna lo entendió antes que nadie. Mientras otros soñaban con la casa del futuro, ella diseñaba para la vida real y el disfrute. Y oye, no hace falta ser Dieter Rams para saber apreciarlo.
Nos leemos en unos días (esta vez sí, no como la última). Gracias por seguir ahí, por abrir estos correos, por leer hasta el final y por estar suscritas, que en estos tiempos de sobreinformación es casi un acto de amor. Si os ha gustado y os apetece recomendar esta newsletter yo estaré eternamente agradecida. Ya sabéis: difundir la palabra del diseño es misión colectiva. Y vosotras, lectoras fieles, sois el bastón que me sostiene para seguir escribiendo estas turras. Con humor y con cariño, como Nanna.
Hasta la próxima newsletter, si consigo levantarme del Togo 😂.
Maravilla. Gracias por descubrirme a Nanna!
Es fascinante pensar cómo el diseño está en todo lo que nos envuelve y que, cuanto más silencioso, más puro y sincero se manifiesta